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PARA ENTENDER EL GOLPE DE ESTADO SUAVE O BLANDO  

Seguridad Nacional

Dr. Jorge A. Lumbreras Castro

En la literatura especializada en seguridad nacional ha cobrado fuerza la formulación “golpe de Estado blando”, “golpe blando” o “golpe suave”. Diversos analistas se dieron a la tarea de racionalizar el conjunto de elementos que permite aseverar que se está o no ante la presencia efectiva de un antagonismo de este tipo. En ese marco, se coincide, en una gama de acciones que actores estatales o no estatales realizarían para fracturar la voluntad política de un gobierno, de una élite en el poder o, en su caso, de un movimiento político cuyas acciones y decisiones son consideradas adversas para los intereses de ciertos actores.

Básicamente, se aduce que a diferencia de los golpes de Estado tradicionales que implican, en su mayor parte, el uso de la fuerza y de forma específica, la fuerza militar; los golpes blandos o suaves utilizarían otros recursos, sean financieros, mediáticos, políticos, jurídicos o parlamentarios; así como el financiamiento de grupos que generan violencia política, investigaciones y filtraciones al margen de la ley sobre la vida privada y pública de los actores políticos en el poder, escándalos como vía de deslegitimación y las manifestaciones públicas como ruta de inestabilidad. 

El análisis de los golpes de Estado blandos amerita un pensamiento no lineal y un examen político exhaustivo porque el escándalo, las manifestaciones públicas, las filtraciones, los cuestionamientos en la prensa y las protestas, aún con ciertas dosis de violencia, están presentes en la mayoría de las democracias avanzadas, así como en los países que hace apenas unas décadas iniciaron procesos de democratización.

Lo anterior llevaría quizá a situar el tema de los golpes de Estado blandos por su origen, es decir, por el núcleo de intereses que buscaría trastocar las decisiones de un gobierno, cualquiera que este sea. Un golpe de Estado blando con patrocinio externo, es decir, de otro Estado, implica una intervención directa en la vida de otra nación al interesar la soberanía, la autodeterminación y las bases del derecho internacional.

Sin embargo, probar esta intervención es complejo, toda vez que se trata de operaciones desplegadas con máxima secrecía, aunque la evidencia suela esparcirse por doquier. En especial, la ruta de contactos, financiamientos, y posiciones mediáticas suelen llevar al conocimiento de las acciones de un gobierno extranjero contra otro, más aún si se financian organizaciones o grupos que, con razón o sin esta, mantienen posiciones irreductibles hacia un gobierno siempre con las mejores banderas e ideales.

Algunos analistas suelen enumerar golpes blandos que fueron operados con éxito en diferentes países, se trataría de operaciones políticas, financieras, mediáticas y de insurgencia civil armada o no armada, con patrocinio externo que desestabilizan instituciones, fracturan la gobernabilidad y crean una masa convergente de problemas  que obligan a un gobierno a detener o posponer decisiones contrarias a los intereses de otro país o bien, de sus intereses en ese país.

Para los golpes blandos existen fórmulas, metodologías, etapas y pasos que van del uno al infinito, que los describen o que habrían de seguirse para tener “éxito”. La radicalización de las acciones, la masa de protestas y la alineación de medios de comunicación tradicionales y digitales se muestran como rutas privilegiadas para confrontar la legitimidad, la estabilidad y la confianza pública en un gobierno, bases, sin las cuales, es difícil tomar decisiones. Habría que sumarle posibles acuerdos con determinados actores, compra de voluntades, suma de intereses comunes, delaciones para operar en contra de un gobierno y alentar el aislamiento internacional.

Por otra parte, estarían los golpes blandos que serían articulados desde el interior, fórmula difícil de operar, porque, salvo en circunstancias criticas como develar delitos graves cometidos por actores de gobierno, resulta complejo aplicar estas estrategias. Conviene advertir que se corre el riesgo de estigmatizar a las oposiciones con el fantasma del llevado y traído golpe blando; a su vez, grupos que disputan el poder político pueden alinearse contra el gobierno en turno, lo cual no es antidemocrático, sin embargo, el problema de fondo será que este alineamiento se enfoque a minar instituciones, a crear situaciones de ingobernabilidad y alentar la violencia como modo de expresión política. Resulta paradójico que una minoría aliente el descontento generalizado en defensa de intereses particulares. 

Un golpe de Estado blando con patrocinio interno, trataría de detener reformas o decisiones mediante la protesta, la salida de capitales, el cierre de fuentes de empleo, la parálisis de la inversión, la violencia en las calles, y la polarización para mantener intereses que podrían ser lesivos para el interés público, si por interés púbico se entiende lo que beneficia a todos o a la mayoría de una nación. De ese modo, también alentaría la visibilidad de una masa de problemas para sofocar, trastocar o minar la voluntad política de un grupo en el poder, visibilidad que habría de traducirse en protestas, toma de instituciones, violencia en las calles, radicalización del discurso y enfrentamientos con las fuerzas del orden. En otras palabras, el incendio político como ruta de desestabilización e ingobernabilidad. 

Es relevante, en cualquier caso, considerar que los “hacedores” de golpes de Estado blandos pueden graduar sus  acciones en función de objetivos estratégicos; su programación de acciones puede ir desde fracturar un programa de gobierno, hasta buscar la caída de un gobierno, pasando por contener las decisiones que les generen mayor tensión o en su caso, diferir decisiones para encontrar puntos de mediación a favor de sus intereses.

Sin embargo, es central distinguir la protesta social que reclama democracia o que lucha contra el autoritarismo ante condiciones reales de existencia definidas por la desigualdad social y por el abuso de los gobernantes y con ello, el rejuego democrático de protestas y reclamos, respecto de operaciones estratégicas de poder económico y político que buscarían fracturar a un grupo en el poder utilizando el orden democrático y de libertades. La ecuación no es sencilla, porque se corre el riesgo de interesar movimientos sociales, populares y anti-sistémicos o en su caso, a organizaciones y movimientos a favor de minorías sociales excluidas y discriminadas con base en el sello de las conspiraciones o acusarlas de alentar los intereses de ciertos grupos de poder.

El llamado pensamiento estratégico del golpe blando utiliza inconformidades y aprovecha demandas legítimas de otros grupos y minorías sociales, ese es uno de sus posibles mayores riesgos, porque busca confundir la inteligencia estratégica del Estado, y reconducir la protesta hacia el propio gobierno.

Finalmente, es necesario considerar que en una democracia los intereses existen, que son parte de la vida y los escenarios políticos, y que los propios partidos representan diferentes intereses válidos y legítimos. En este caso, no se trata de tal discusión, sino de localizar las estrategias que buscarían fracturar gobiernos mediante mecanismos que encierran peligros para la propia democracia, y que alientan la inestabilidad y la ingobernabilidad como instrumentos de poder.

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