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El Presidente Andrés Manuel López Obrador encabeza la celebración del 5 de mayo

  • 161 Aniversario de la Batalla de Puebla

LordMoléculaOficial

En Puebla de Zaragoza, el presidente Andrés Manuel López Obrador encabeza hoy 5 de mayo el 161 Aniversario de la Batalla de Puebla.

Acompañado de integrantes de su gabinete; del gobernador Sergio Salomón; de su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller, López Obrador presencia el desfile cívico-militar en el que participan las Fuerzas Armadas.

Mensaje del Presidente Andrés Manuel López Obrador

Mexicanas, mexicanos, amigas, amigos:

Luego del triunfo de los liberales sobre los conservadores en la Guerra de Reforma, el país había quedado en una situación económica lamentable, las arcas del tesoro estaban vacías y todas las actividades productivas en el abandono.

Para tratar de salir de esa profunda crisis, el 17 de julio de 1861 el gobierno del presidente Benito Juárez decretó la suspensión por dos años del pago de los intereses sobre la deuda exterior de México, cuyo monto era de poco más de 82 millones de pesos. Los principales acreedores eran Inglaterra, España y Francia. México debía a los ingleses 69 millones, a los españoles nueve millones y medio, a los franceses dos millones 800 mil pesos.

A pesar de que la deuda con este último país era la de menor cuantía, Francia utilizó ese pretexto para invadirnos, porque el entonces emperador Napoleón III buscaba apoderarse de México, extender su dominio en América y detener el avance colonial de Estados Unidos, que ya se había definido con la llamada doctrina Monroe, ‘de América para los americanos’.

La decisión de Napoleón III comenzó con la elección del archiduque austriaco Maximiliano de Hamburgo como nuevo emperador de México. En esta maniobra, los conservadores de nuestro país, como ya lo habían hecho 10 antes, trayendo del exilio al traidor Antonio López de Santa Anna, en esa ocasión actuaron como comparsas de los franceses y les ayudaron en los planes intervencionistas, visitando a Maximiliano en su castillo de Miramar, en Trieste, Italia, para ofrecerle el trono del llamado gobierno monárquico de México.

Desde luego, esto sólo fue el medio, la forma, la simulación. Los conservadores fueron simples títeres, achichincles, traidorzuelos, cómplices en otro de los terribles atentados imperiales a la soberanía de nuestra patria.

Tan fija tenía Napoleón III la idea de volvernos de nuevo colonia, que, a pesar de la actitud conciliadora del presidente Benito Juárez, que llevó a Inglaterra y a España a aceptar un arreglo pacífico y a retirarse de México junto con sus tropas, el general francés Latrille, conde de Lorencez, recibió órdenes desde París de no aceptar ningún acuerdo y declaró la guerra a México.

Como ha sucedido en todas las intervenciones extranjeras que ha padecido nuestro país, siempre, siempre, el invasor y sus voceros tratan de justificar sus felonías en nombre de la civilización, de la libertad, a veces de la democracia, para ocultar el afán autoritario y la sed de pillaje que los mueve.

Como parte de ese guion, en ese tiempo se desató en el viejo continente una campaña en contra de México. En vísperas de la invasión, políticos europeos decían que necesitábamos un gobierno de orden, y los periodistas del Times inglés afirmaban que la única moral de nuestra nación, que según ellos nuestra raza estaba profundamente pervertida, y que la única moral era el robo visto como objeto principal de todos los partidos políticos.

A Juárez la prensa francesa lo calificaba de demagogo, déspota, jacobino, vendepatrias y tirano rojo, sin que faltara el insulto racial de indio ladino.

Esa prepotencia de los invasores se advierte cuando a finales del mes de abril, como lo señaló Sergio Salomón Céspedes, gobernador de Puebla, antes de partir de Veracruz hacia Puebla, Lorencez, en una carta dirigida al ministro de Guerra francés le expresa, dice textualmente:

‘Somos tan superiores a los mexicanos en organización, en disciplina, raza, moral y refinamiento de sensibilidades, que desde este momento al mando de nuestros seis mil valientes soldados ya soy el amo de México’.

Mientras tanto, aquí en Puebla, se preparaba la resistencia y, como es conocido y causa profundo orgullo, causa profundo orgullo, merecido orgullo, participaron en esta gesta histórica varios contingentes de indígenas y campesinos de este estado. Esos contingentes de voluntarios fortalecieron en un momento crucial a las tropas nacionales.

Hay dos celebres momentos que siempre debemos recordar con admiración y respeto:

La forma en que el general Ignacio Zaragoza, antes de la batalla del 5 de mayo de 1862, animaba a los soldados mexicanos recorriendo las líneas de combate con estas palabras: ‘Tenemos ante nosotros al mejor ejército del mundo, pero vamos a triunfar porque ustedes son los mejores soldados de la patria’.

Tras la batalla, el general Zaragoza envía al ministro de Guerra del gobierno del presidente Juárez el célebre telegrama en el que le expresa: ‘Las armas del supremo gobierno se han cubierto de gloria’.

Meses después a esta sublime batalla, falleció de fiebre tifoidea el general Ignacio Zaragoza, quien había nacido en Texas, cuando Texas era todavía de México. Desde entonces, el presidente Juárez decretó que el nombre de esta ciudad sería Heroica Puebla de Zaragoza.

La derrota de los franceses no detuvo la decisión de Napoleón III de apoderarse de México; por el contrario. En una carta dirigida al derrotado Lorencez, en la cual prácticamente lo destituyó, reconoció Napoleón III que para conquistar a México se necesitaban 30 mil soldados, por lo cual el cuerpo legislativo de ese país aprobó el regreso de Lorencez a Francia y en su lugar fue enviado el general Elías Forey al frente de dos divisiones que hicieron ascender a 28 mil hombres el total de tropas francesas en territorio mexicano.

Claro que luego vino lo más difícil en la defensa de nuestro territorio. No se debe olvidar, entre otros hechos, el sitio de Puebla, defendida con heroísmo durante 62 días por los partidarios de la República y que causó cuantiosas víctimas; también no olvidar otros enfrentamientos con los invasores en todo el territorio nacional.

Sin embargo, la batalla de Puebla del 5 de mayo de 1862 fue una gran victoria que sentó un precedente: el mejor ejército del mundo puede ser derrotado cuando se lucha en defensa de la soberanía y la libertad. Ese episodio permitió mantener encendida durante la posterior ocupación la llama de la esperanza y el patriotismo.

Además de esta celebre batalla, a la salida del presidente Juárez del Palacio Nacional para iniciar su peregrinar hacia el norte en defensa de la soberanía nacional trascurrieron 12 meses, que fueron fundamentales para organizar la resistencia en todo el territorio nacional.

El gobierno de presidente Juárez convocó a los ciudadanos a la defensa del país. Se declaró en varias provincias el Estado de sitio, se decretaron impuestos de emergencia para recaudar fondos y se establecieron duras penas para los traidores a México.

Como todos sabemos, en esos momentos aciagos, difíciles para la patria, contamos con un dirigente firme e incorruptible, como lo fue el presidente Juárez. Nunca flaqueó y mantuvo siempre una inquebrantable en el triunfo de la República. Sus firmes principios permitieron no caer en la tentación de negociar lo innegociable.

Por eso, es pertinente recordar lo que el 2 de marzo de 1865 desde El Paso del Norte, hoy Ciudad Juárez, le escribe a su leal consejero y yerno Pedro Santacilia, decía el presidente:

‘Que el enemigo nos venza y nos robe, si tal es nuestro destino, pero nosotros no debemos legalizar un atentado entregándole voluntaria lo que nos exige por la fuerza. Si la Francia, los Estados Unidos o cualquier otra nación se apodera de algún punto de nuestro territorio, y por nuestra debilidad no podemos arrojarlo de él, dejemos siquiera vivo nuestro derecho para que las generaciones que nos sucedan lo recobren. Malo sería dejarnos desarmar por una fuerza superior, pero sería pésimo desarmar a nuestros hijos privándolos de su buen derecho, que más valientes, más patriotas y más sufridos que nosotros, ese derecho lo harían valer y sabrían reivindicarlo algún día’.

A la postre, el régimen neocolonial disfrazado de imperio acabó derrumbándose por diversos factores internos y externos. Contó mucho, desde luego, la perseverancia del presidente Juárez.

El apoyo también, por eso la presencia del embajador de Estados Unidos de México, porque en esos tiempos se contó con el apoyo del presidente Abraham Lincoln. Popularmente en México desde hace mucho tiempo se decía: ‘Habrá muchos Abrahames, pero como Abraham no habrán’, recordando al presidente Abraham Lincoln, quien dio refugio y protección a la familia del presidente Juárez, atendió al embajador de nuestro país, Matías Romero, y nunca, nunca, el presidente Lincoln reconoció al régimen de Maximiliano.

Pero fueron también y, sobre todo, definitorios el patriotismo y la resistencia del pueblo de México, esto que ha hecho equivocarse a muchos, incluso al entonces famoso ilustre primer ministro inglés, Lord Palmerston, quien antes de la invasión le dijo a la reina Victoria, muy sabiondo y en actitud de sentencia, que México sería, cito textualmente, ‘tragado por la raza anglosajona y desaparecerá como desaparecieron los indios piel roja ante los blancos’. Se equivocó. A él, a ellos les faltaba, como también sucede ahora a algunos, conocer los numerosos actos de defensa, de heroísmo en nuestra nación, conocer lo que significa nuestra identidad, nuestra idiosincrasia, lo que es nuestra fecunda historia.

Han sido tantos los actos de heroísmo en defensa de nuestra patria que no alcanzaríamos a contarlos en días, meses y años, lo cual se explica, repito, por nuestra fecunda y aleccionadora historia, y por la grandeza cultural del México profundo.

Por ejemplo, Guillermo Prieto cuenta que ‘una noche de descanso, en una hacienda del norte durante el peregrinar con Juárez y su gabinete, percibí en la tropa cierta inquietud con extraordinaria precaución, penetré hasta la recamara del señor Juárez, y le di parte de lo que observaba.

‘El señor Juárez, vistiéndose, me dijo: ‘Ve, acércate y dame cuenta de lo que ocurra, sin despertar a nadie’. Me dirigí, entonces, al más numeroso de los grupos después de contestarle al quien vive, dije:

—Muchachos, ¿qué buscan?

—‘Miren —dijo un soldado— aquí está ‘el güero’, y los soldados me rodearon.

―Oiga, me dijo uno de ellos, pues que no sabe ni el día en que vive.

―Pues ¿qué sucede?, les contesté.

―Que esta noche es del Grito, señor. ¿Qué, nada le dice su corazón?

―Cierto —dijo— 15 de septiembre, exclamé avergonzado de mi olvido.

‘Yo corrí a ver a Juárez, que se impresionó profundamente, diciéndome: ‘Coge todo el dinero que tenemos, ese todo cabía en su bolsillo del chaleco, y dáselos a que celebren su grito los muchachos.

‘Autorizado por Juárez, corrí a ver a mis hijos, grité, alboroté y, a poco, 100 luminarias ardían resplandecientes en el patio y los muchachos saltaban sobre las llamas gritando: ¡Viva la Independencia!

‘Juárez, entre José Iglesias y Lerdo salió a la ventana central en medio del frenesí del contento y las tempestades de vivas y aplausos. Cuando menos lo pensaba, me sentí arrebatado como un torbellino y empecé a hablar.

‘La patria, decía, es sentirnos dueños y hacernos amplios y grandes con nuestro cielo y nuestros campos, con nuestras montañas y nuestros lagos. Es nuestra asimilación con el aire y con los luceros ya nuestros, es que la tierra nos duela como carne y que el sol nos alumbre como si trajera en sus rayos nuestro nombre y el de nuestros padres. Decir patria es decir amor y sentir en beso de nuestros hijos, la luz del alma de la mujer que dice: ‘Te amo’.

‘Y esa madre sufre y la patria nos llama para que la libertemos de la infamia y de los ultrajes de extranjeros y traidores.

‘Rendidos de gozar y de sentir se fueron alejando los concurrentes un grupo de soldados se apoderó del violinista y a guisa de serenata fue al frente de los balcones de Juárez a cantar Los cangrejos, Los monos verdes y La paloma. A esta última canción le pusieron los trovadores bélicos un verso que cantaban con tal cariño y con tal ternura, que no pudimos contener las lágrimas, y cuando lo escuchamos, y a mí me conmovió más que a ninguno de los poetas que admiro, decía así:

‘Si a tu ventana llega un papelito, ábrelo con cariño, que es de Benito. Mira que te procura felicidad, mira que lo acompaña la libertad.’

¡Que viva la heroica Batalla de Puebla!

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