
Miguel Martín Felipe
La reciente declaración del presidente con respecto a que las obras insignia de su gobierno se considerarán de seguridad nacional ha levantado polémica en aquel sector que dice “trabajar por México”, o sea, en la derecha.
El sucio truco de utilizar el nacionalismo y la conmiseración como armas arrojadizas es una estrategia que parece no desgastarse y sigue siendo utilizada por parte de actores políticos y medios corporativos, incluso a tres años de que AMLO tomara posesión.
Claudio X. González, con un cinismo sorprendente ha aparecido recientemente en Latinus, una plataforma cuyo único objetivo es crear la narrativa de un Estado fallido; y en entrevista con Carlos Loret de Mola ha dicho que su única preocupación es México y que se considera un hombre progresista. Esa imagen es la que se vendió durante mucho tiempo en medios y eso era lo más cercano a ser contestatario bajo los parámetros neoliberales. Discursivamente podemos ver que aflora una tendencia muy interesante: el autonombrarse liberal, libertario, incluso progresista o de izquierda, pero en los hechos defender los intereses corporativos y denostar a la figura presidencial con argumentos raciales o de clase, así como negar sistemáticamente el conflicto social, pues, según ellos, “los pobres son pobres por falta de esfuerzo y visión”.
En la constante y ardua construcción de una narrativa en la que el presidente acaba con el país, las obras que los detractores consideran faraónicas, son sólo un capricho y desdeñan totalmente la creación de empleos, la activación de la economía y el impacto positivo sobre el pueblo llano.
Bajo múltiples argumentos, pero principalmente su infalible chovinismo, pretenden hacer una defensa de México que nadie pidió, y pretenden hacer ver que la concretan recurriendo a amparos para frenar las obras bajo argumentos absurdos. Sin ir más lejos y para ilustrar lo contradictorio de algunas posturas, toda la caterva de analistas neoliberales consideró un desacierto la cancelación del aeropuerto de Texcoco, sin reparar en el verdadero ecocidio que ya se estaba concretando, pues había el plan de desecar el lago Nabor Carrillo, en el cual habitan más de 15 especies de aves acuáticas, así como anfibios y peces. Si se observan fotografías satelitales de 2018, se aprecia que el lago se había reducido de manera alarmante. En cambio, al ver fotografías actuales, se observa una alentadora recuperación de este manto acuífero que afortunadamente se salvó. Esto no se dice en los grandes medios, pues solo se habla de “la periferia” cuando se trata de nota roja.
Para evitar más ecocidio, más intransigencia e impedimentos absurdos y retrasos en obras que son fundamentales no para el ego del presidente, sino para el pueblo en su acepción más amplia, se toma esta decisión que fue calificada como “decretazo” o incluso “golpe de Estado”.
Está muy bien que haya pluralidad de voces, pero la abundancia de mentiras es abrumadora. Tal vez cabría recordarle a la prosopopéyica autora de esta afirmación -Denisse Dresser- que un golpe de Estado consiste en la deposición de un gobierno con ayuda de las fuerzas militares, por lo que resulta inverosímil siquiera mencionar tal concepto cuando el presidente y el secretario de la defensa trabajan en total armonía. Pero se vuelve aún más irrisorio si pensamos en que AMLO cuenta con una aprobación que fluctúa entre 68 y el 70%.
En fin, que este país sigue en proceso de transformación y nosotros como población debemos estar a la altura. Nadie pretende silenciar las voces que denuestan al presidente, pero es verdad que su desesperación las hace volverse cada vez más molestas. Sin embargo, en una nación politizada, la existencia de estas voces será solo un mal recuerdo. Y mientras tanto, desde las trincheras periodísticas, no nos queda más que seguir haciendo lo que nos toca. La batalla de las ideas no da tregua. Luchemos por un lugar en la historia.
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